¿Qué tienen en común los docentes que intentaron instalar una carpa frente
al Congreso, los pibes de un comedor en Lanús, inundados en Pergamino, una
murga en la villa de emergencia 1-11-14, los trabajadores de Cresta Roja,
municipales del partido de La Plata, los Mapuches o, entre otros, Milagro Sala?
Un mismo mecanismo de adoctrinamiento: la represión por parte de las fuerzas
estatales en virtud de establecer el “orden público”. Sin embargo, no es la
única similitud.
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| Foto: ES Fotografía |
Los heterogéneos casos nombrados anteriormente comparten, además, una
curiosa particularidad. A medida que se conocen, en algunos sectores de la
sociedad el umbral de indignación empieza a reconocer un límite. El domingo,
muchos encontraron el suyo: “De pegarle a los maestros no se vuelve”. Ahora
bien, dicha frase hecha es, al menos, objetable.
El verbo “volver” da por sentado que se estuvo en un sitio y ya no. Al
mismo tiempo, presupone una división de la que, originalmente, formaba parte. Entonces,
se recae en un error común ya que, al afirmar que a partir de la represión se
trascendió una frontera, se parte de una premisa falsa. En definitiva, el
análisis del “no se vuelve” es una reacción tardía.
Asimismo ¿quién define el límite cultural? Lo cierto es que es una zona de
conflicto donde se contraponen intereses. La puja está allí. No son los
docentes, los trabajadores, los pibes del comedor y la murga, o los pueblos
originarios. No si se los toma en lo particular. Es todo aquel o aquello que se
interponga y se atreva a discutir las decisiones del gobierno. En otras
palabras, quién le de batalla. Y no es cualquiera, sino que atraviesa todas las
esferas públicas – política, económica y social –. Una batalla por un
nuevo-viejo paradigma cultural.
Por otro lado ¿por qué conjeturar libremente que el macrismo pretende
resolver los reclamos que le generan inconvenientes de cierta manera si sus
antecedentes no marcan lo mismo? O acaso los dirigentes de Cambiemos son
paracaidistas. En 2013, cuando el presidente era jefe de gobierno de la Ciudad
de Buenos Aires, la metropolitana reprimió indiscriminadamente a los pacientes
del hospital neuropsiquiátrico Borda. O en 2014, hizo la vista gorda en el
incendio intencional de Iron Mountain en Barracas en el que murieron ocho
bomberos y dos rescatistas, por citar dos ejemplos.
Entonces resulta que son políticos que nunca ocuparon cargos con
anterioridad y la persona que debe dar las garantías de integridad a cada
ciudadano es de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Por si falla la
memoria, nunca está de más hacer un paréntesis y refrescar que fue ministra de
Trabajo del gobierno de la Alianza y le quitó dignidad a los jubilados
disponiendo de un recorte del 13%. Si se atrevió a semejante medida por qué
ahora no acataría la orden del presidente de no querer “tibios”.
A su vez, en la semana en la que se produjo el primer paro nacional en
contra del rumbo político y económico del macrismo, el Fondo Monetario
Internacional (FMI) reiteró sus elogios al primer ministro argentino. Otra pata
de la cuestión: la flexibilización laboral que implica bajar el poder
adquisitivo y como expresó Macri, con su característico y nostálgico look
noventoso portador de bigote, “los salarios son un costo más”.
En resumen, la lectura política va más allá de una paritaria nacional
docente. No interesa si son dirigentes sociales, sindicales, políticos, o
referentes de espacios con una ideología opuesta. Si su reclamo es justo o no.
Lo que realmente importa es imponer una cultura dominante que implica
estigmatizar, criminalizar, y reprimir a quien sea un obstáculo. Mejor dicho,
quien emerja como cultura contra-hegemónica.
Finalmente, volviendo a la teoría planteada en un principio, puede que algo
de razón tengan quienes replican el “no se vuelve”. En definitiva, no se puede
regresar a un lugar en el que nunca se estuvo, ni pretendió estarlo.

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