lunes, 31 de octubre de 2016

DE LA MUERTE A LA VIDA

La naturaleza y la vida son casi sinónimos sino es que no son lo mismo. Al menos, como mínimo, son primos hermanos. Y la noche es parte ineludible y hasta necesaria de la vida. La oscuridad, los temores, los miedos, la muerte. Las personas conviven constantemente y sin notarlo con los dos puntos de la mortalidad: un comienzo y un fin. Y la naturaleza sigue allí. Es testigo de todo lo que ocurre. Es, también, víctima de lo que tuvo que percibir.
Fotografía sacada de internet (autor desconocido)
Las aberraciones más terribles pasaron por las calles Santa María de Oro y Blas Parera en Castelar, en el lugar donde funcionaba el centro clandestino de detención y tortura: La Mansión Seré o, como lo llamaban entre los genocidas, Atila. ¿Cómo volver a la vida y esperanza en una tierra tan nefasta? ¿Cómo darle dignidad a un sitio con tanta humillación? ¿Cómo sentir alegría y ver sonrisas de nuevo?
PH: Federico Riccio
Desde la vuelta de la democracia y hasta el año 2000, la ex Mansión Seré pasó por varios usos sin encontrar la utilidad que le devuelva un poco de justicia. Por ejemplo, en los años noventa, tiempos en que la política pasaba por la superficialidad y las banalidades, funcionó como la quinta del intendente del partido de Morón, Juan Carlos Rousselot, que jugaba al fútbol con sus funcionarios. De esta forma, seguía aislada de los vecinos.

Pero un día ya no fue lo mismo. Por fin se empezó a devolver un poco de todo lo que se llevó a la comunidad por una decisión irremediable: el joven intendente Martín Sabbatella dispuso el predio para la reflexión, la memoria, la verdad y la justicia, para decir “nunca más”. Es por eso que abrió las puertas para todos los que quieran pasar un lindo rato tomando mates, con la bici, con amigos, practicando deportes o simplemente respirar del hermoso aire verde de sus árboles. Sin embargo, nunca se olvidó de lo que pasó allí.
PH: Federico Riccio

Se renombró el lugar como polideportivo Gorki Grana, con instalaciones de primer nivel, y con un espacio dedicado para la conciencia: La Casa de la Memoria y de Vida. En un principio se llamó solo “de la Memoria”, pero en el acto una de las madres que perdió a su hijo en el ex centro clandestino gritaba: “¡Y de la vida, y de la vida, y de la vida!”. Y vaya que se cumplió su augurio.


Si uno camina por el predio puede observar pequeños brotes a orillas de las raíces de un añejo árbol, que delatan sus años las arrugas en la corteza áspera y rugosa. Con la gran sabiduría que caracteriza a la naturaleza, esos brotes, en ese lugar de la oscuridad, de los miedos, de los temores y de la muerte, ahora tiene la fuerza de luchar. Porque desde hace tiempo hay vida. Porque el sol brilla y se refleja sobre lo blanco de la casa. Esa Casa que, ahora, alberga a todos por la vida.  
PH: Federico Riccio

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